La lucha por la inclusión de firmantes de paz con discapacidad en Santander
La inclusión de la población en condición de discapacidad es uno de los grandes retos de los procesos de reincorporación. En Santander, un grupo de firmantes de paz, que lidera proyectos agropecuarios, lucha contra la estigmatización, por sus derechos de salud y por acceder a servicios en zonas rurales.
“Acá trabajamos en condiciones difíciles, pero, así como estamos, sin ojos, sin piernas o con lo que nos falte, trabajamos diario para sustentar a nuestras familias”, dice Orlando Traslaviña, un veterano firmante de paz que hizo un acuerdo con el dueño de un terreno en algún lugar de las montañas de Santander, para crear, como él dice, un “equipo de mochos” para trabajar la tierra, arrear el ganado y producir alimentos en la finca.
“Aquí en la finca nosotros recibimos a muchos compañeros que no los quiere ni la familia, por estar en condición de discapacidad los echan de la casa, porque los ven como un estorbo, acá todos caben y vienen a trabajar”, agrega Traslaviña, quien cuenta que una bomba le partió las piernas, le destruyó los ojos y los oídos. “La audición me quedó en un 40% y ya se me desgastó la córnea, necesito un donante. En las piernas tengo platino, prótesis, pero así trabajo todos los días”.
Y así es, él y un grupo de firmantes de paz, todos con algún tipo de discapacidad, trabajan a más de 40 grados de temperatura al día, para ellos, su condición no es un impedimento para buscar sus medios de vida, luchar contra la estigmatización, por sus derechos de salud y por acceder a servicios en zonas rurales.
Firmantes de paz que adelantan su proceso de reincorporación en Santander.
El alma del equipo es Paulo Rossemberg Vargas, un exmiliciano de las Farc, que es el que más recibe bromas, pero toma la palabra para expresar su sentir: “A mí se me paralizó medio cuerpo por una fiebre mal tratada. Yo vivía en Puerto Sogamoso y allá no hay puestos de salud, de un momento a otro se me paralizó medio cuerpo, y quedé así. Cuando llueve mucho, el río casi que me tapa, pero yo pasó por ahí, así cojeando. Yo he demostrado que cuando quiero puedo, una vez me llevaron al Tolima y allá aprendí las técnicas agropecuarias, porque yo no era del campo, ahora soy como cualquier campesino y hago de todo”.
Yo he demostrado que cuando quiero puedo, una vez me llevaron al Tolima y allá aprendí las técnicas agropecuarias, porque yo no era del campo, ahora soy como cualquier campesino y hago de todo”.
En medio de un momento de descanso, el grupo de firmantes de paz reflexiona sobre su condición de discapacidad y el Acuerdo de Paz “La discapacidad tenía que estar en el acuerdo. Si vamos a hablar de un conflicto armado, yo creo que lo primero que se debió haber tratado fue los heridos y los discapacitados que dejó la guerra. Eso no se habló como se debía”, se lamenta Orlando Traslaviña, mientras pide unas gafas prestadas porque no aguanta el sol en su rostro. Cuando voy a un páramo —agrega— es que duelen mucho (las piernas) por el frío, pero para eso tomo pastillas”.
“El sistema de salud no nos ayuda, para acceder a una silla de ruedas hay que tener una certificación de discapacidad, hay que residir en un municipio y tener EPS, por eso los que estamos en el campo muchas veces no podemos acceder. El tema de conseguir sillas de ruedas para las zonas rurales es muy complicado y si se consiguen, la adaptación es dura”, agrega Paulo Rosemberg.
Luchan contra la estigmatización
Otra de las grandes barreras que tienen que afrontar es la estigmatización. El ser constantemente juzgado por su pasado o por su condición actual, genera que las expectativas de reincorporarse a la vida civil se vean lejanas. Rosemberg describe así lo que le ha pasado: “Uno va y pide un trabajo en una empresa o en la Alcaldía y nos discriminan por no tener educación, y por ser discapacitado. Y cuando se me ocurre contar que soy excombatiente, peor. Uno se cansa de pasar hojas de vida, uno se cansa de ir a las bolsas de empleo y no encuentra solución, siempre encuentra barreras. En mi caso no es que no quiera estudiar, sino que se me dificulta la lectura, eso es un problema, pero tengo el entendimiento de lo que se hacer”.
Paulo Rossemberg Vargas, Firmante de paz en condición de discapacidad.
Otro de los firmantes, que pide mantener su identidad en reserva, cuenta que la reincorporación hoy es una lucha por la supervivencia: “Yo lo que quiero es trabajar por mis hijos, tengo tres y mi esposa, y poder llevarles la comida es lo único que me mueve hoy. En la guerra teníamos el fusil para sobrevivir, acá nos toca con el trabajo diario”.
“Nosotros no nos metimos a la guerra, la guerra nos agarró a todos. Yo estuve prácticamente muerto, en un combate con los paramilitares, ellos eran muchos y nosotros solo cinco. Una bala me atravesó el cuello, me estaba muriendo y les dije a mis compañeros que se fueran, que me dejaran morir, porque si se quedaban los iban a matar. Pero ellos dijeron, o es uno o somos todos y aguantamos, me socorrieron y me salvaron”, cuenta.
Impulsaron la creación de una fundación
Las historias dolorosas y la dura realidad llevaron a que los discapacitados y lisiados por la guerra se unieran por todo el país y se organizaran en una fundación. Así nació la Asociación Comité Nacional de Excombatientes Lisiados de Guerra, Adultos Mayores y Enfermos de Alto Costo, ASOCONELAEC, pero el camino tampoco ha sido fácil. Estructurar una figura asociativa jurídica desde el campo y con los requerimientos y trámites que exige la ley es una tarea ardua y así lo explica Orlando Traslaviña, quien es uno de los fundadores de la asociación.
“En Bogotá nos pusimos a trabajar con otros compañeros sobre ese tema de la población en discapacidad. Un día le hicimos solos, con uno del Putumayo, un mocho del Guaviare, uno de silla de ruedas de Arauca. Nos reunimos ese poco de mochos y dijimos: hagamos una asociación. Conformamos un comité nacional, fue mucha la discriminación por nuestra condición, tuvimos que recurrir a tener representantes, pero fuimos rompiendo el paradigma. Lo de los representantes no sirvió, porque si se habla de personas en discapacidad, somos nosotros los que tenemos que hablar, somos nosotros lo que vivimos con el tatuaje en el cuerpo de lo que nos dejó la guerra”.
“Empezamos un grupo de 130 personas llevadas del verraco (sic), para conseguir sillas de ruedas o prótesis. Pero eso no funciona así. Los tiempos de las organizaciones en Bogotá no son los mismos nuestros. Lo que nos dijeron es que nos fortaleciéramos como asociación. Se han muerto como 30 de los primeros compañeros, casi todos por bacterias en las heridas de la guerra que se pasaron por la sangre y murieron”, agrega.
Hoy ASOCONELAEC cuenta con 1.300 personas en condición de discapacidad, lisiados de guerra y enfermos de alto costo, que han logrado que embajadas, como la de Noruega, apoyen sus proyectos. Están siendo escuchados como el cuarto actor en el Consejo Nacional de Reincorporación y planean misiones al exterior para contar sus historias y sensibilizar a la sociedad para que no exista más estigmatización.
Por: Diego Morales
Oficial de Comunicación Estratégica - Oficina Regional de Cúcuta
Misión de Verificación de la ONU en Colombia