Los niños de la paz en el Caribe

21 Mayo 2019

Los niños de la paz en el Caribe

Como un homenaje a Samuel David, el bebé Wayúu del ETCR de Tierra Grata, en el Cesar, que murió tras unos hechos violentos, dos madres excombatientes de las Farc, de las etnias Wiwa y Bari, accedieron a contar las historias de sus hijos. En el Caribe, contando a Samuel David, han nacido 62 niños y niñas de excombatientes. En el país, la cifra puede llegar a los 500, sin contar las 258 excombatientes que están en estado de embarazo. 

 

El milagro de Maikel

En el justo momento que Maikel Iván nació, cuando lanzó su primer llanto y el médico se lo entregó a la enfermera, para asearlo, Rosa Rodríguez empezó a gritar. Vociferaba que le pasaran al niño y amagaba con levantarse de la cama de cirugía, mientras, la enfermera, desde lejos, respondía también a gritos que se calmara, que debía esperar. “El médico me decía que si no me quedaba quieta no me iba a poder cerrar la cesárea, pero en ese momento no le podía explicar nada”, recuerda Rosa, quien, para entonces, 21 de diciembre de 2018, ya sabía lo que es perder un bebé. Había perdido cuatro, y por eso gritaba, por miedo. Pero también lloraba de felicidad, porque para ella Maikel era un milagro.

Rosa cuenta esta historia desde la Granja Nueva Colombia, una finca ubicada en Fonseca, La Guajira -muy cerca del ETCR de Pondores- donde ella y unos 40 excombatientes más siembran plátano, tomate y cebollín que venden en las escuelas del pueblo a través del Programa Mundial de Alimentos, PMA, una de las agencias de la ONU que apoyan el proceso de reincorporación.

Esta mujer, excombatiente de las Farc – EP, indígena de la etnia Wiwa, quien acaba de cumplir 40 años, hizo parte de la guerrilla por 16 años bajo el alias de Martha y, desde hace dos, realiza su proceso de reincorporación en el ETCR de Pondores, donde a la fecha, incluyendo a Maikel Iván, han nacido 34 bebés.

La primera vez que Rosa estuvo embarazada tenía 23 años, estaba en algún pico de la Sierra Nevada de Santa Marta, con un fusil al hombro y con apenas un año en las filas de las Farc.

Había quedado embarazada porque “la planificación no llegó, las vías estaban taponadas, había muchos operativos militares, y las inyecciones no entraron hasta el campamento”, cuenta. Así le ocurrió tres veces.

 

 

 

 

 

 


La cuarta fue distinta. Fue en el 2017, un año después de la firma del proceso de paz, cuando Rosa y su pareja, Jorge Iván Churio García, un excombatiente que se hacía llamar Ender y con el que también trabaja en la granja, decidieron hacer una familia. “Yo ya no tenía ninguna esperanza de ser mamá, pero quedé en embarazo y decidimos tenerlo. Pero el bebé lo perdí de forma espontánea, los médicos dijeron que mí matriz estaba muy débil. Casi me muero, porque me dio una hemorragia muy fuerte”.

Para esa época, Rosa ya hacía parte del comité de género del ETCR, manejaba el tema de la reproducción y sabía de lo delicado y doloroso que es abordar este tipo de temas, superar esas pérdidas y seguir adelante.

Jorge Iván se ilusionó con la idea de tener un hijo. Y Rosa, por su parte, empezó a hacerse exámenes médicos particulares, a descartar enfermedades y se propuso ser mamá. Las probabilidades eran pocas, era un sueño difícil de cumplir, ella lo sabía, y temía lo peor, por eso lloraba tanto el día en que nació Maikel Iván.

Ese 21 de diciembre de 2018, en la sala de cirugía del Hospital San Rafael del municipio de San Juan del Cesar, Rosa por fin se calmó. Le dejaron tener a su bebé unos minutos, le dijeron que era un varón, que estaba sano, le cerraron la herida de su cesárea y ella dejó de llorar.

Con su nacimiento empezó, dice, la mejor etapa de sus vidas. “Todavía hay muchas frustraciones, nuestro futuro aún es incierto, pero nuestra voluntad de paz y de sacar a nuestra familia adelante es inquebrantable, mi Maikel es mi mayor premio de vida, de lucha, mi primer hijo, mi oportunidad de tener una familia de verdad”.


Como el de Rosa, en los ETCR del país han nacido cientos de niños, pero también han llegado otros que había dejado con amigos y familiares mientras sus padres estaban en la selva. Estos niños volvieron y ahora están junto a sus padres, este es el caso de Yari y el recuentro con su madre, Yarledis Olaya.

 

Un parto en la selva y una bebé en la paz

El día que Yarledis Olaya volvió a ver a su hija Yari, la niña no la reconoció. No tenía como hacerlo, pues para ella su mamá había sido Ruby, una señora que la crio desde que tenía un año y tres meses. A la mujer que tenía en frente, que era su verdadera madre, no la conocía, ella no sabía que Ruby solo la estaba cuidando mientras sus verdaderos padres estaban en la guerrilla.

Yarledis Olaya, llamada Jaqueline en las Farc (por ese nombre le gusta que la llamen) es una excombatiente de 34 años, indígena, de la etnia Bari. Se unió muy joven a la guerrilla, a la que perteneció por 20 años. En las filas conoció a su pareja, también guerrillero del Bloque Caribe de las Farc. Ahí en el monte nació el amor entre los dos, conscientes de que no podían tener una familia. Pero ahí, y contra todos los pronósticos, nació Yari, a quien una partera ayudó a traer al mundo en medio de condiciones difíciles. Aunque sus padres lucharon para mantenerla con ellos, eran conscientes de que debían dejarla, “las condiciones de la guerra no eran para una niña”, dice Yarledis. Por eso se la entregaron a Ruby, que era una tía de su pareja.

Yari se fue y sus padres se quedaron en el monte. Cuando se firmó el Acuerdo de Paz y los excombatientes se movilizaron a lo que hoy es el ETCR de Tierra Grata, Yarledis y su pareja volvieron a buscar a su hija. El primer encuentro, que fue en los primeros meses del 2017, no fue muy afortunado. “La esperábamos con mucha alegría, pero ella no me aceptó como su mamá, porque no me conocía, ya tenía siete años, y estuvo con nosotros unos días, pero no hubo reconciliación, se fue, me tocó verla partir con dolor en el alma”, recuerda.

En otro segundo encuentro hubo preguntas como ¿por qué me dejaron? ¿cómo así que estaban en el monte? “Ha sido un proceso duro para que ella nos acepte como sus verdaderos padres”, acepta Yarledis.

Hoy Yari tiene nueve años y aunque aún cuestiona lo que pasó, poco a poco se ha ido reconciliando con sus padres.

Yarledis es madre de dos hijas, de Yari y Jaquelín.  “A Yari la tuve en la guerra y a Jaqueline la tuve en la paz”, dice con una sonrisa inmensa. Hoy vive con las dos y con su pareja en el ETCR de Tierra Grata, en Manaure, Cesar, donde han nacido, con la suya, 28 niños y niñas después de la firma del Acuerdo de paz. Cinco de estos bebés, según cifras de Farc, son indígenas.

La segunda hija de Yarledis, Jaqueline, quien tiene ocho meses de nacida, llegó a este mundo de una manera muy diferente que su hermana Yari. Nació el 12 de agosto de 2018, en el hospital Rosario Pumarejo de López, de Valledupar. En medio de los cuidados médicos que su hermanita no tuvo y en el seno de un hogar que espera estar ya alejado de los fusiles y de la guerra. 

“Ya no tengo la preocupación que tenía con Yari, ya no tengo que separarme de ella, no tengo esa nostalgia de tener que dejarla, ahora puedo vivir con mis hijas, como corresponde”.

 

Yarledis es hoy la presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda Tierra Grata, del municipio de Manaure, al que hoy pertenece formalmente el ETCR. Su esposo trabaja en las iniciativas productivos que se desarrollan en el ETCR y su hija mayor va a la escuela en el casco urbano del pueblo. Tienen una nueva vida y espera una mucho mejor para sus hijas. “Estas son mis dos semillitas, y espero que tengan mejores condiciones de vida de las que yo tuve, que tengan estudio, educación y una vida digna. Yo pasé cosas difíciles de niña, pero estoy feliz porque pienso que mis hijas no tendrán que pasar por lo mismo, tendrán una vida mejor y en paz”.

Desde la firma del acuerdo, en los dos ETCR del Caribe, Pondores y Tierra Grata, han nacido 62 niños y niñas. Hasta allí también han llegado hermanos, hermanas, madres, padres, primos y primas que hoy conviven con los excombatientes. Y los hijos que, como Yari, habían dejado tras la guerra y que ahora empiezan una relación con sus verdaderos padres. Por ello se explica, en buena parte, que la población de estos dos ETCR se haya duplicado en los últimos dos años. La familia, sin duda, les ha generado arraigo, una esperanza en un mejor futuro y ha afianzado su decisión de apostarle a la paz.

 

Jorge Quintero
Oficial de Información Pública
Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia